33,333
Era un numero periódico. Siempre se escapaban en él los decimales, como si estuviesen en fuga. Imposible adecuarlo a la realidad, fijarlo de manera exacta, adaptarlo a las cosas, al reparto. Supongo que todas esas cifras infinitesimales eran las que instauraban su callada y microscópica tortura y establecían los parámetros secretos de nuestros juegos de amor y poder.